EL DERROCAMIENTO DE ISABEL PERON . . .

Y EL DIÁLOGO ENTRE LOS JEFES MILITARES AL DETENERLA    “LA PERDIZ CAYÓ EN EL LAZO”.

Por : Juan Bautista Tata Yofre.

La madrugada del martes 24 de marzo de 1976, un alto oficial les avisó a los comandantes generales del Ejército, con una contraseña en clave, que Isabel Perón había sido finalmente destituida de su cargo. La crisis económica, los tumultos político y las últimas horas de democracia en Argentina antes del Golpe de Estado

“¿Quién quiere el golpe en la Argentina?”, le preguntaba la revista católica Criterio a sus lectores, a comienzos de 1976. Seguidamente sacaba como conclusión: “Porque se puede querer el golpe sin ser golpista, y en esa situación se encuentra la guerrilla. Pero lo que parecería cada vez más evidente, a juzgar por las conductas públicas y privadas, es que hay muchos altos dirigentes gubernamentales que recibirían con alivio un golpe que los descargara del manejo de una situación imposible y los transformara de nuevo en víctimas inocentes. Hay demasiados dirigentes irresponsables que están jugando a quedar bien colocados ‘para la próxima’, y que habiendo procedido como el administrador infiel del Evangelio, han previsto un cómodo retiro a la vida privada”.

El 13 de enero de 1976, el semanario de circulación restringida Última Clave se atrevió a aventurar: “Al paso que van las cosas anticipamos a nuestros lectores que la inflación para 1976 no estará por debajo del 500 por ciento anual, signo que representará un valor para el peso actual, a fines de este año, no mayor de un 20 por ciento de su poder adquisitivo al 1° de enero pasado (…) Mientras esto continúa su marcha inexorable hacia el desastre, al Tony (Cafiero) lo esperan grandes y graves problemas por cuestiones salariales, sobre las que nadie en los ministerios de Economía o de Trabajo sabe cómo va a terminar ni de dónde saldrán los dineros para satisfacerlos, en particular los correspondientes a los 1.660.000 agentes del Estado”.

“El país marcha a la deriva” dejaban entrever los principales medios escritos. Un simple dato revelaba el clima de inestabilidad que vivía la Argentina: desde el 1º de julio de 1974, día en que asumió Isabel Perón, hasta el 24 de marzo de 1976, los gabinetes se sucedieron uno tras otro. Hasta el 24 de marzo de 1976, pasaron por el ministerio de Economía José Ber Gelbard, Alfredo Gómez Morales, Celestino Rodrigo, Pedro Bonani, Antonio Cafiero y, por último, Emilio Mondelli. La crisis no tenía límites, ningún día era similar al anterior. Todo se alteraba diariamente, vertiginosamente: un litro de leche en enero de 1975 costaba 415 pesos y 1.125 pesos en enero de 1976. La emisión monetaria, de mayo de 1973 a marzo de 1976, aumentó catorce veces, según las estadísticas oficiales. Según el boletín semanal del Ministerio de Economía de febrero de 1976, el salario real estaba una cuarta parte más abajo del nivel en que lo había dejado Alejandro Agustín Lanusse, en mayo de 1973. La asfixia de los productores ganaderos no reconocía límites. Los precios de la exportación no cubrían ni los gastos de producción: un par de zapatos costaba lo mismo que dos vacas. El sábado 17 de enero, la Secretaría de Comercio Exterior de los Estados Unidos de Norteamérica advirtió a los exportadores que no debían anticipar una “rápida o fácil” solución de los problemas económicos argentinos, pues el futuro de la Argentina aparecía signado por la inestabilidad, la falta de cohesión política y la reacción gubernamental sobre bases “ad hoc”, desprovista de un plan económico global para superar la crisis. Mientras, desde su clandestinidad, el jefe del PRT-ERP, Mario Roberto Santucho, editorializó: “Frente a la aventura golpista”, sosteniendo que “alentado por los sectores reaccionarios del imperialismo yanqui, los altos mandos de las Fuerzas Armadas Contrarrevolucionarias han adoptado la decisión de instrumentar a corto plazo un nuevo golpe de Estado represivo (…) Si finalmente ponen en ejecución sus planes será el comienzo de la guerra civil abierta y los generales facciosos encontrarán a su frente a la resistencia vigorosa y victoriosa de un pueblo dispuesto a entregar todo de si por la independencia y liberación”.

El costo de la vida aumentó en enero 14% y en febrero tocó el 20 por ciento. El aumento salarial (del 18% con un mínimo de 150.000 pesos), que otorgó el ministro Cafiero el 22 de enero, fue absorbido por la inflación a los pocos días. El dólar subió, entre enero y los primeros diez días de febrero, de 12.500 a 32.000 pesos. Y pronto llegaría a 38.000 en el mercado paralelo. El miércoles 4 de febrero asumió Emilio Mondelli como ministro de Economía. El viernes 5 de febrero, el nuevo Ministro de Economía se dirigió a la población. En su discurso apeló a la frase del Apóstol San Juan “conoceréis la verdad y la verdad os hará libres” y pasó a informar: el producto bruto interno había caído 2,6 % en 1975; la demanda global había crecido 3% y la inversión había caído 16 % (la inversión en obras públicas cayó 24 por ciento). El déficit del balance de pagos ascendió a 1.095 millones de dólares. El ministro admitió: “Estoy en el aire”. Fue la frase del día.

El viernes 7 de febrero de 1976, el Rambler negro que trasladaba al gobernador de la provincia de Buenos Aires, Victorio Calabró, y dos funcionarios, ingresó a la residencia presidencial de Olivos un minuto antes de las 19 horas. Iba a entrevistarse con la presidenta Perón luego de mucho tiempo de desencuentros. Era famosa su frase, que había pronunciado hacia fines de 1975: “Así no llegamos” (a las próximas elecciones presidenciales). Era un duro crítico del gobierno a pesar de pertenecer al mismo partido. Había asumido la primera magistratura del Estado bonaerense en enero de 1974, cuando Perón hizo echar a Oscar Bidegain, tras el ataque del PRT-ERP al regimiento de Azul. En ese momento se sostenía que Bidegain era “laxo” con las organizaciones guerrilleras, especialmente con Montoneros (tiempo después integró la conducción del Partido Auténtico, brazo político de la organización subversiva). La reunión terminó cerca de las 21 horas, luego Calabró con sus acompañantes se retiraron a comer un asado en las cercanías. Mientras cortaba una tira de asado les comentó: “Bueno, no podrán quejarse, les di el gusto. Pero no sirve. Es como hablarle a una pared, no entiende nada”.

El martes siguiente Isabel intentó calmar a las fieras, también en Olivos, porque Lorenzo Miguel y los “verticalistas” estaban enojados por su entrevista con Calabró. Mientras el sindicalismo discutía a través de todos los medios públicos, en la intimidad dialogaban con los militares. Hacían lo mismo que los dirigentes políticos. Nadie quería quedarse a la intemperie de lo que iba a venir. Así lo relató el embajador Hill al Departamento de Estado: “Funcionarios de la Embajada en Buenos Aires han sido tanteados por líderes sindicales que buscaban saber cuál sería la reacción de USA ante la posibilidad de un golpe militar. El descontento de los sindicalistas con la presidente está al borde de la ruptura tal vez pronto, a menos que la señora de Perón restablezca su influencia. La respuesta de la embajada a todos los sondeos ha sido que la forma de gobierno de Argentina es un asunto absolutamente interno”.