Campo 2.0
Por: Susana Merlo
No hay vientos buenos, cuando no se conoce el rumbo; y no hay plata que alcance, si no se cuenta con planes concretos (y mucho menos, si los recursos son escasos).
Entre ambas aseveraciones parece fluctuar la Argentina en general, y el sector agropecuario en particular.
Desde hace años el país productivo está casi estancado, con el único crecimiento que le permiten los extraordinarios desarrollos tecnológicos mundiales que, a pesar de la economía semicerrada, y las restricciones cambiarias, siguen llegando al país (aunque no todas son económicamente aplicables debido a otras distorsiones locales). Esto determina que, con buen clima, las cosechas crecen, y con mal clima (como la última seca), los volúmenes se hacen añicos, sin atenuación técnica, económica, o financiera, impactando también en el ciclo siguiente.
Lo llamativo es que tras décadas de diagnósticos, ya que el último crecimiento sostenido fue en los ´90, las autoridades de turno siguen insistiendo con crear comisiones para “estudiar” la situación, y evaluar las alternativas para aplicar, las que irremediablemente van a llegar tarde, arrastrando empresas, empresarios, trabajadores, y familias en su caída.
En este caso, es igualmente sorprendente que los escasos recursos que tiene el país, se sigan aplicando en forma anárquica, arbitraria, de a puchos, en un lado y en otro, sin ningún aparente hilo conductor que permita aplicar esos pocos fondos con la mayor eficiencia posible.
Todos con títulos ampulosos, el Plan de Fomento Lácteo, solo otorga ayuda a algunos de los productores de menos de 5.000 litros (la mitad del total), y no al resto. El de pollos y cerdos no contempla la crítica situación de los feed lots; y el del norte de Santa Fe, asigna recursos solo a algunas localidades de esa provincia, como si las del sur estuvieran bien.