PERO LA VERDAD ES QUE ES UN PRODUCTO DEL COMUNISMO.
Aunque lo ignore, el papa repite una y otra vez los mandatos con los que el extinto comunismo soviético pretendió infiltrar a Occidente durante el siglo pasado
Por : MARCELO DUCLOS.
“Yo no soy comunista”. Asegura el papa Francisco. Lo que no se puede negar es que su concepción del mundo es el resultado del meticuloso trabajo de la KGB. (PanAm Post)
El comunismo, como proyecto en general, está condenado al fracaso. Su error nace en la teoría y termina generando el mismo impedimento vinculado a la coordinación económica y social en cada lugar donde se busca implementar. Como bien advirtió Ludwig von Mises, cuando se elimina la propiedad privada desaparece el sistema de precios. Cuando esto ocurre, todas las señales desaparecen y se cae inevitablemente en la más ineficiente asignación de recursos, que complementa con hambre y miseria las experiencias de las dictaduras de partido único.
Claro que, mientras las aventuras de la planificación centralizada fracasan en términos generales, algunos objetivos puntuales concretos pueden ser exitosos. Aunque los nostálgicos de la Unión Soviética suelen reparar en aspectos como la “carrera espacial” contra los Estados Unidos, lo cierto es que hubo un proyecto que dio mejores resultados en el largo plazo. Uno que incluso sobrevivió al inevitable colapso de la URSS y todavía se encuentra con vida: la infiltración ideológica en Occidente.
El papa Francisco, feliz de recibir al dictador cubano Miguel Díaz-Canel.
Como reconoció el exagente soviético Yuri Bezmenov en la década del ochenta, el gobierno comunista nunca puso la mayor cantidad de recursos en materia de inteligencia y espionaje en los proyectos de los tradicionales “espías” que vemos en las películas.
La mayor inversión de la URSS durante décadas en este sentido fue en una infiltración ideológica y cultural que se hizo ante los ojos de todo el mundo.
Con planes y objetivos a más de dos décadas, el polo soviético colonizó las mentes de muchos profesores, académicos, escritores y religiosos, que comenzaron a predicar (muchos inconscientemente) las premisas del socialismo en los países capitalistas.
La iglesia católica no fue la excepción. Ya para la década del setenta, por ejemplo, en América Latina ya existía una camada de curas educados por profesores absolutamente formateados por las premisas rojas.
Aunque Marx señaló a la religión como “el opio de los pueblos”, que alejaba a los proletarios de su “conciencia de clase”, los que llevaron el marxismo a la práctica política comprendieron que los religiosos eran un vehículo fundamental de infiltración y colonización cultural en los países enemigos.
Finalmente el bloque soviético colapsó en 1991. Pero este proyecto fue tan exitoso, que todavía en todo el mundo hay un sinfín de profesores, escritores, artistas y religiosos que predican permanentemente el decálogo de los principios anticapitalistas.
Aunque los ideólogos de esta estrategia de infiltración llevan décadas muertos, el proyecto sobrevive.
Los sobrevivió a ellos y a la misma URSS, al punto de llegar hasta la cúpula del Vaticano, de la mano de un argentino jesuita.
“Yo no soy comunista”, dijo el papa Francisco en una entrevista, antes de ponerse a defender una vez más el recetario de políticas intervencionistas, que erosionan y dañan a las economías de mercado.
Muchas de ellas, recomendadas directamente por la dupla Marx y Engels, como los impuestos progresivos.
Aunque uno se enoje con estas manifestaciones, tiene que comprender que no lo hace con premeditación.
En su concepción, lógicamente equivocada, sus ideas son las únicas y adecuadas para llegar a los fines, seguramente nobles, que tiene. Tal cual advirtió el mismo Bezmenov, las personas “formateadas” a la infiltración soviética no podrán reconocer la realidad, aunque se las muestre delante de sus ojos una y otra vez.
El papa no tiene en mente una dictadura comunista, que hasta termine persiguiéndolo a él como católico y a los fieles de su Iglesia. Pero en su juventud y sus años de formación, fue inducido a creer que para que se reduzca la pobreza en el mundo, es necesario implementar un modelo redistributivo, mediante la coerción estatal. No alcanzará con mostrarle cualquier índice de libertad económica, que le demuestre con datos empíricos que donde hay menor intervención gubernamental, existen mejores salarios.
Tampoco lo convencerá la evidencia que indica que donde se pusieron en marcha estas ideas, no solamente aumentó la pobreza, sino que se perdieron las libertades más básicas a manos del gobierno. Es más fuerte que él.
Lo más probable es que un hombre de 86 años no cambie de opinión.
Aunque es necesario dar la batalla en lo cultural contra esta ideología, lo cierto es que hay que hacerlo pensando en el futuro.
Puede que el acierto más grande del campo socialista en la era postmarxista haya sido la idea de Antonio Gramsci de tomar la cultura y la educación, para que el resto se de “por añadidura”.
Curiosamente, el proyecto más exitoso de la época soviética, que tuvo como lógica característica el desastre económico, fue el de la inversión.
Una inversión en la que hay que trabajar, los que a veces terminamos limitando los argumentos del liberalismo en el campo económico, mientras discutimos las barbaridades que repiten los que fueron formateados por los docentes educados por un viejo pero exitoso proyecto de la KGB.
Origen: Panam Post.