TODO LLENO DE ASTEROIDES . . .

El Boletín de Materia

Ciencias        

EL PAÍS        

Por :  JAVIER SALAS,

principalLa superficie de Ryugu. / JAXA.

¡Saludos! Este es el boletín semanal de Materia, la sección de ciencia de EL PAÍS.                                                                      Hoy hablamos de asteroides, que traen destrucción, sueños y vida.                                                                                        Cuando todo se desmorona, como canta Metric.

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Asteroides y más asteroides .

Mientras recibes estas líneas, pasa entre la Tierra y la Luna un asteroide de unos 60 metros de diámetro.                                                  Hubiera podido darnos un buen susto de impactar contra nuestro planeta.                                                                                                                El bólido que rasgó la atmósfera sobre la ciudad rusa de Chelyabinsk tenía 20 metros y causó una gran conmoción con su onda expansiva. Se cumplen diez años de aquel incidente y, desde entonces, hemos aprendido mucho de ellos. 

Lo primero, muy básico, lo que me decía el especialista Josep Maria Trigo: en caso de ver un asteroide golpeando la atmósfera terrestre, no hay que pararse a hacer fotos, sino buscar refugio lejos de ventanas. Porque esa onda expansiva y una posible bola de fuego genera peligros, como la lluvia de cristales y escombros que mandó a Urgencias a más de un millar de personas en aquella localidad de los Urales.

Poco a poco, vamos mejorando nuestra capacidad para detectar estas rocas espaciales que nos amenazan al estilo de No mires arriba.      Los grandes y peligrosos están casi todos fichados y los pequeños, como este asteroide que nos visita hoy, cada vez los cazamos con más margen: este fue detectado con el Gran Telescopio de Canarias, en la isla de La Palma, hace más de tres semanas.                                                  Ya son siete los meteoritos de pequeño tamaño que se han observado antes de impactar con la Tierra, toda una proeza astronómica.              Para esos, nuestra atmósfera sirve como escudo de maravilla.

Así cambió el asteroide Dimorfo tras chocar contra la sonda 'kamikaze' DART | El Imparcial

Evolución de los escombros provocados por DART al chocar con Dimorfo.ES .

Y para otros más grandes, ya tenemos en marcha un sistema de defensa planetaria que funciona. Lo demostró la misión DART, que consiguió que la humanidad desviara un asteroide por primera vez en la historia. Estos días hemos tenido más detalles de lo bien que fue ese choque de DART contra Dimorfos, con cuatro trabajos publicados en Nature que resume el astrónomo Derek Richardson:

“Todavía no podemos detener los huracanes o los terremotos, pero finalmente aprendimos que podemos prevenir el impacto de un asteroide con suficiente tiempo y recursos. Un cambio relativamente pequeño en la órbita de un asteroide haría que eluda la Tierra, evitando que ocurra una destrucción a gran escala en nuestro planeta”.

Es importante, sobre todo ahora que un estudio preliminar sugiere que los grandes impactos apocalípticos pueden ser más probables de lo que se pensaba.                                                                                          Pero los asteroides que nos visitan no solo traen destrucción; también vienen cargados de misterios, vida y ensoñaciones.

El que más nos ha hecho especular en los últimos tiempos es el alargado Oumuamua, un asteroide de peculiar comportamiento que fue el primero que nos visita desde fuera de nuestro sistema solar (registrado por nosotros, claro). Sus misteriosos movimientos llevaron al astrónomo Avi Loeb (que es de Harvard, y por eso los medios le hacemos más caso del que quizá merece) a asegurar que se trata de un objeto impulsado por una civilización extraterrestre.

Cuarto Milenio – El misterio de Oumuamua – ikerjimenez.com

Desde su hallazgo en 2017, los científicos han tratado de entender cómo es este primer visitante interestelar (puede que fuera el segundo) y por qué se mueve de esa forma, sin una trayectoria tan previsible como la de un asteroide convencional. Hace tres años, ya se señalaba que tenía una explicación natural, como los gases y el efecto del Sol. Ahora, un estudio en Nature certifica que es un raro cometa, que se impulsa con hidrógeno a partir de un núcleo helado, «cocinado» al caer bajo el efecto de la radiación solar.

Sin embargo, los medios siguen dando altavoz a las teorías peliculeras de Loeb, que todavía hoy asegura que Oumuamua es una sonda alienígena lanzada desde una nave nodriza.                                    Tan convencido está Loeb de que «nos visitan» que ha recaudado un millón y medio de dólares para ir en barco hasta Papúa Nueva Guinea a buscar un meteorito que, según él, es un artefacto alienígena.

Y me dejo la noticia más importante para el final, como premio a quienes leyeron hasta aquí. Porque esta semana se ha sabido que el asteroide Ryugu viaja por el espacio cargando con uracilo en su rocosa superficie.                                                                                                        Si no sabes lo que es, se trata de una de las letras genéticas en las que se fundamenta toda la vida en la Tierra.                                                          Y puede tener implicaciones muy chulas, para imaginar posibilidades sobre el origen de la vida aquí y su existencia en otros lugares del universo.

Todo lo que tiene que ver con esta historia es fascinante.                            Para empezar, el origen.                                                                                Las muestras analizadas son un puñado de gramos de asteroide, «el material más antiguo y puro al que ha tenido acceso la humanidad», según mi compañero Nuño Domínguez, porque tienen 4.500 millones de años.                                                                                                                  Para obtenerlos, Japón lanzó en 2014 una sonda con el objetivo de abordar esta esfera espacial de 900 metros en 2018, de la que tomó unos gramos de arenisca para después emprender el viaje de vuelta hasta la Tierra para su análisis.                                                                        Una misión espacial espectacular, completada con éxito.

Al analizar esas muestras, los científicos se han topado con este uracilo, que es una de las cuatro letras genéticas de las que se compone el ARN, que se cree que pudo ser la primera forma de vida de la Tierra. Lo explicaba para EL PAÍS el autor del hallazgo, Yasuhiro Oba:

«La presencia de uracilo en Ryugu es una prueba concluyente de que este compuesto está presente en el material extraterrestre. Este hallazgo refuerza aún más la hipótesis de que las moléculas orgánicas presentes en meteoritos, asteroides y cometas contribuyeron a la evolución prebiótica de la Tierra temprana y posiblemente al origen de la vida en este planeta».

Este enfoque no es nuevo: se ha escrito mucho sobre la idea de que la vida no surgió espontáneamente en nuestro planeta, sino que los ingredientes viajaban por el espacio en meteoritos y cometas, y que al llegar aquí se cocinaron en las condiciones idóneas hace más de 3.700 millones de años. Que los ladrillos de la vida anden volando por el universo es una posibilidad formidable. Lo resumía así de bien Javier Sampedro (el periodista que fuma pitillos con forma de escutoides):

«Que haya uracilo en un asteroide muestra que es una molécula fácil de formar.            Muestra que la generación de los componentes moleculares de la vida es un suceso probable, y no una extravagancia irrepetible de nuestro planeta. Indica que los ladrillos químicos que nos construyen pueden surgir de forma espontánea allí donde las condiciones físicas lo permiten. Y apuntan a que la evolución de la vida a partir de la materia inerte puede ser un fenómeno común».

Impacto de un satélite de la NASA contra un Asteroide – Primer misión de  defensa planetaria. | Astronauta Lili

Es decir, que puede surgir en cualquier otro lugar y, por tanto, no estamos solos en el cosmos. Los asteroides diseminan la vida y la arrebatan, como bien sabemos en la Tierra, por sus anteriores inquilinos: los dinosaurios.