El Moro y el Roberticks
lograron que día a día
las encuestas demostraran
que la gente los seguía.
Promiscuidad baratonga
pero rodeada de lujos
chicos que iban y venían,
sin un aparente rumbo,
unos escurriendo trapos
y otros ollas revolvían.
Algunos, cómodamente,
con profusión de almohadones,
en los lujosos sillones
gozosos se distendían.
De todo un poco ofrecían
en el show de Gran Hermano
mientras que entre bambalinas,
un poco de contramano,
hubo algo de pedofilia que
nunca quedó aclarado.
Luis Bardin