Javier Milei, en el Latam Economic Forum. Foto Agustín Marcarian / Reuters
De todas las afirmaciones vertidas por Javier Milei en los últimos tres años -el período que lleva dedicado a la intervención política-hubo dos que resonaron más fuerte: su plan para hacer volar el Banco Central y su idea de convertir al dólar en la moneda de uso en la Argentina.
Las dos cuestiones, establecer un banco federal y emitir moneda, figuran como atribuciones del Congreso Nacional en la Constitución, con lo cual las medidas tendrán que tramitarse en un ámbito en el que Milei tendrá, incluso si gana las elecciones, una representación minoritaria. Pero esa no es la cuestión más llamativa.
Lo más notorio es que en el equipo de economistas que construyó el candidato ni siquiera consiguen ponerse de acuerdo sobre esas dos promesas, que constituyen el núcleo de los anuncios de campaña de Milei y que marcaron como ninguna otra discusión la campaña electoral.
En los últimos días, Darío Epstein y Carlos Rodríguez, advirtieron que para dolarizar, primero tienen que ocurrir una serie de condiciones, entre ellas, que el Banco Central tenga dólares.
Sus declaraciones fueron tan contundentes que tuvo que salir el propio Milei a decir que mantiene sus planes de dolarizar.
No es una discusión pequeña, se entiende, porque dolarizar implica llevar adelante una de las intervenciones económicas más importantes de la historia argentina.
¿Cómo se puede pensar en esa tarea si ni siquiera los asesores de Milei tienen un plan unívoco para llevarla adelante?
Con la voladura del Banco Central pasó algo similar. “No se va a eliminar el Banco Central. Hay frases de Milei que pudieron generar impacto pero se propone regularlo, no eliminarlo”. Esa frase salió de la boca de Juan Napoli, banquero y otro de los principales consejeros del candidato libertario.
Aunque las dos cuestiones pueden ser vistas como ejemplos de la moderación que aqueja a los políticos de la oposición cuando quedan más cerca del poder, también conviene contemplar otro efecto que pueden tener las promesas maximalistas.
Las promesas de los políticos, en los cada vez más escasos y milagrosos momentos en que son escuchadas, generan expectativas entre los votantes.
Esa expectativa permite, en el mejor de los casos, cosechar votos y, si esa expectativa se extendió mucho, ganar una elección como la de este año o cualquier otro.
Pero esa expectativa y el premio del voto tiene otro costado:también genera una demanda.
El votante quiere que esa demanda tenga una respuesta.
Además, cuanto mayor sea la expectativa, mayor será la demanda.
Para decirlo con un ejemplo:la promesa de hacer volar por el aire el Banco Central no puede ser cumplida nombrando un directorio convencido del ideal libertario.
Brasil y Estados Unidos son dos ejemplos de lo que puede suceder cuando líderes maximalistas terminan sus mandatos con buena parte de sus demandas insatisfechas.
Donald Trump y Jair Bolsonaro dejaron de controlar a sus seguidores y, aunque hay diferencias en los dos casos, fueron superados por las muchedumbres que tomaron el Capitolio y los edificios públicos más importantes de Brasilia.
Las dos fueron, sin duda, manifestaciones populares que buscaron romper el orden institucional de un modo en que sus líderes no se habían atrevido a ensayar hasta ese momento.
Fueron, también, destinadas a mostrar la insatisfacción con la efectividad de las promesas de sus jefes políticos.
Opinion de : IGNACIO MIRI. Secretario de Redaccion . Editor Jefe